En mi silencio te escuché hablándome al oído, diciéndome – amor de mi vida, si reencarnáramos te volveré a encontrar, sino lo hacemos, no te preocupes, en ésta vida y en la otra te amaré por siempre, y si el siempre no es suficiente, es muy corto, entonces recurriré a la eternidad, y seguiré amándote…- y con tu voz llegándome hasta el corazón, me dormí en el silencio, acogido bajo el calor de tus brazos.
En los exilios de mi memoria, temblando en el olvido, resignado a soñarte, tu brazo de hierro irrumpió en la quietud de mi alma, tomó mi mano con fuerza y me llevó hacia a ti, fue entonces cuando volví a mi, tragando este dolor y aliviando a mi corazón.
Y con la esperanza en mi cuerpo de encontrarte en la penumbra, de sentirte en las tinieblas, de mirarte en lo profundo de la nada, me quedo esperando tu llegada, con la firme impresión de que siempre has llegado hasta mí, a mi existencia.